La Fe. Segunda parte

En la tesis que encabeza el presente capítulo decíamos que en la fe cristiana se trata de la iluminación de la razón, iluminación por la cual los hombres son libertados para vivir en la verdad de Jesucristo. Para la comprensión del conocimiento cristiano de la fe es esencial entender que la verdad de Jesucristo es verdad de vida y su conocimiento es conocimiento de vida. Esto no quiere decir que volvemos a caer en la idea de que aquí no se trata, en realidad, del conocer. La fe es conocimiento, pues se refiere al Logos de Dios y es por consiguiente una cosa lógica. Además, la verdad de Jesucristo es también una verdad de hechos, en su más simple sentido. Dicha verdad tiene como punto de partida la resurrección de Jesucristo y es un hecho sucedido dentro del espacio y del tiempo, como nos lo describe el Nuevo Testamento. Los Apóstoles no se conformaron con hacer constar un hecho interior, sino que hablaron de lo que habían visto y oído y tocado con sus propias manos. Por otra parte, la verdad de Jesucristo es, asimismo, cuestión de un pensar claro, ordenado en sí, y justamente por su sujeción, un pensar humano libre. Pero... no hay que separar las cosas: se trata de la verdad de la vida, de verdad vital. No basta el concepto del saber, de la ciencia, para describir lo que es el conocimiento cristiano, sino que hemos de volver a lo que en el Antiguo Testamento se llama sabiduría, —lo que el griego denominaba sophia y el romano sapientia—, para poder concebir el saber de la teología en su plenitud. Sapientia se diferencia del concepto, más estrecho, de ciencia. Sabiduría no se diferencia del saber por contenerlo también en sí, pero el concepto de sabiduría habla, además, de un saber práctico que comprende toda la existencia del hombre. Sabiduría es el saber, del cual nosotros podemos vivir prácticamente; es_ empina y es teoría; poderosa, en tanto es, al mismo tiempo, práctica, en tanto consiste en el mismo saber que domina nuestra vida y que es, realmente, una luz en nuestro sendero. No es una luz que observar o admirar, ni tampoco una luz con qué encender toda clase de fuegos artificiales (ni aún tratándose de las más profundas especulaciones filosóficas), sino que es la luz en nuestro camino, la que ilumina nuestras acciones v palabras, la luz de nuestros días sanos y enfermos, la luz en nuestra pobreza y en nuestra riqueza, la luz que no brilla solamente en los momentos en que pensamos entenderlo todo mejor, sino que nos acompaña también en nuestra locura y que no se extingue cuando todo se apaga, cuando en la muerte se hace visible el fin de nuestra vida. A esa luz y al vivir de esa verdad se denomina conocimiento cristiano.

Conocimiento cristiano significa vivir en la verdad de Jesucristo. Según el apóstol Pablo (Hech. 17), nosotros "vivimos, somos, nos movemos" en la luz de esa verdad para poder salir de ella, estar en ella, e ir hacia ella, como dice en Romanos 11. Por consiguiente el conocimiento cristiano es, en el fondo, la misma cosa que lo que llamábamos confianza del hombre en la Palabra de Dios. No hay que dejarse llevar por la tentación de buscar separaciones y diferencias en esta cuestión. No existe ninguna confianza verdadera, ni ninguna confianza realmente duradera y victoriosa en la palabra de Dios que no esté fundada en la verdad divina. Por otra parte, no existe ningún conocimiento, ninguna teología, ninguna confesión e incluso ninguna verdad bíblica que no tenga en seguida el carácter de esa verdad de vida. Siempre habrá que medir, examinar y conservar lo uno con lo otro. Justamente, al poder vivir como cristianos en la verdad de Jesucristo, y de esta manera en la luz del conocimiento de Dios, y por consiguiente con una razón iluminada, podremos estar seguros del sentido de nuestra propia existencia y del motivo y fin de todo cuanto sucede. Con esto se indica nuevamente esa ampliación enorme del horizonte: Conocer el objeto de la fe en su verdad, quiere decir, realmente, conocer todas las cosas, incluso el hombre, el cosmos y el mundo. La verdad de Jesucristo no es una de tantas verdades, sino la verdad universal, creadora de toda verdad, y esto de modo tan cierto como que es la verdad de Dios, o sea, la prima veritas, que es también la última veritas. Y es que en Jesucristo ha creado Dios todas las cosas, incluyéndonos a nosotros mismos. Nosotros no existimos sin El, sino en El, lo sepamos o no; y el cosmos entero no existe sin El, sino en El, llevado y sustentado por El, es decir por su palabra omnipotente: conocerle a El, significa conocerlo todo. El ser tocado y tomado por el espíritu dentro de ese campo, significa ser conducido a toda la verdad. El que crea y conozca a Dios, ya no podrá decir: ¿Qué sentido tiene mi vida?; sino que mientras cree, ya está vivienda el sentida de su vida, el sentido de ser criatura, el sentido de su individualidad dentro de los límites de su condición de criatura y de su individualidad; y en lo imperfecto de su existencia, en el pecado, en el cual él está y del cual él es diariamente y a cada hora culpable; pero también está viviendo con el apoyo que diariamente y a cada hora se le concede, en tanto Dios intercede en su favor, a pesar de todo y sin contar con ningún mérito. El hombre reconoce la misión que le ha sido concedida en conjunto; la esperanza que ha recibido por gracia con esa misión, gracia de la cual puede vivir; la grandeza de la gloria que le ha sido prometida y que ahora ya, aunque secretamente y a pesar de su pequeñez, le rodea. Todo el que cree reconoce este sentido de su existencia.

El Credo cristiano habla de Dios como del fundamento y fin de todo cuanto es. El fundamento y fin del cosmo entero se llama Jesucristo. Está permitido y es incluso obligado decir lo inaudito: Donde haya fe cristiana habrá también, en tanto existe la confianza en Dios, la más íntima familiaridad con el fundamento y fin de todo cuanto sucede y asimismo de todas las cosas; y el hombre vive, a pesar de todo cuanto parezca contrario, en la paz que sobrepuja a todo entendimiento, si esa paz es la luz que ilumina nuestra razón.

Bosquejo de Dogmática. Karl Barth

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Siglos y siglos de busqueda interminable , la humanidad ha tratado de encontrarse a si misma , entenderse y conocerse a si misma , mas la respuesta ha estado y estara solo en Cristo . Que gran articulo

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