La Fe. Primera parte

CREER ES CONOCER

La fe cristiana es la iluminación de la razón, iluminación por la cual los hombres son libertados para vivir en la verdad de Jesucristo y con ello para estar también seguros del sentido de su propia existencia y del motivo y fin de todo cuanto sucede.

Acaso llame la atención el relieve que toma aquí el concepto de la razón. Lo empleo intencionadamente. No fue ningún profeta, sino Mefistófeles, quien proclamó: "¡Desprecia la razón y la ciencia del hombre la mayor potencia!". Ni la cristiandad, ni los teólogos sabían bien lo que se hacían tantas veces como, movidos por cualquier entusiasmo o concepción teológica, se pasaron al campo de los enemigos de la razón.

La Palabra campea sobre la Iglesia Cristiana, como la suma de la revelación y la obra de Dios, que constituye su fundamento. "El Verbo se hizo carne". El logos se hizo hombre. La predicación de la Iglesia es palabra, lenguaje, discurso; pero no de una manera casual, caprichosa, caótica e incomprensible, sino lenguaje y discurso que elevan la pretensión de ser verdaderos y de oponerse con la verdad a la mentira. ¡No nos dejemos arrebatar la claridad de esta posición en que estamos! Tocante a la palabra que la Iglesia tiene que anunciar, no se trata de la verdad en sentido provisional o secundario, sino en el sentido primario de la palabra misma; se trata del logos, el cual se muestra y revela a la razón humana, al nus humano, como logos, esto es, como sentido, como verdad recognoscible. En la palabra de la predicación cristiana se trata de la ratio, la razón, en la cual también puede reflejarse y volverse a encontrar la ratio humana. La predicación de la Iglesia, así como la teología, no son ninguna charla, ningún balbuceo y ninguna propaganda, nada, en fin, que haya de tener que contestar a la pregunta: ¿Pero es, realmente, verdad lo que oímos, es así verdaderamente? Todos hemos padecido lo nuestro con una cierta clase de sermones y pláticas edificantes que mostraban, ciertamente, que puede hablarse enfáticamente y con mucha retórica, pero que no hubieran resistido la sencilla pregunta acerca de la verdad de lo dicho.

El Credo en que se formula la fe cristiana se funda en el conocimiento, y allí donde se pronuncia, y confiesa es para crear nuevamente conocimiento. Porque la fe cristiana no es irracional, ni antirracional, ni supra racional, sino racional. La, Iglesia, que pronuncia el credo y que se presenta con la enorme pretensión de predicar y anunciar la Buena Nueva, tiene su origen en que ha oído algo y que por consiguiente quiere que se vuelva a oír lo que ella oyó. Malos tiempos fueron siempre en la Iglesia Cristiana aquellos en los que la historia de la dogmática y la teología separaron la gnosis y la pistis (el conocimiento y la fe). Porque la pistis, bien entendida, es gnosis, y el acto bien entendido de la fe es también un acto del conocimiento. Creer es conocer.

Una vez dicho esto, es preciso aclararlo. Tocante a la fe cristiana, se trata de una iluminación de la razón.

La fe cristiana tiene un objeto, al cual se refiere, y ese objeto es Dios, el Padre, Hijo y Espíritu Santo, de los cuales habla el Credo. Pero corresponde ciertamente al carácter de ese objeto, es decir, a la naturaleza del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que no puede reconocérsele por medio del conocimiento humano, sino que es perceptible y se advierte, únicamente, gracias a la libertad, la decisión y la acción mismas de Dios. Lo que el hombre alcanza a conocer por sus propias fuerzas y en la medida de su capacidad natural, su razón y su sentimiento será todo lo más una especie de ser superior, un ser absoluto, el contenido de una fuerza puramente libre, de un ser que está por encima de todas las cosas. Ese ser absoluto y sublime, eso último y más profundo, esa cosa en sí, no tiene nada que ver con Dios, sino que corresponde a las intuiciones y posibilidades limitadas del pensar y construir humanos. El hombre puede pensarse ese ser; pero con ello no se ha pensado todavía a Dios. Sólo cuando Dios se da a conocer en virtud de su propia libertad, puede ser pensado y conocido. Luego hablaremos de Dios, su esencia y naturaleza, pero ahora habría que decir ya lo siguiente: Dios es siempre Aquél que en su, propia revelación se ha dado a conocer a los hombres, pero no es Aquél que el hombre se figura y califica de Dios. En la cuestión del conocimiento se diferencian claramente el Dios verdadero y los dioses falsos. El conocimiento de Dios no es cuestión de una posibilidad discutible, sino que Dios es el compendio de toda realidad y, por cierto, de la realidad que se nos revela por sí misma. El conocimiento de Dios se realiza cuando sucede prácticamente que Dios habla: cuando él se muestra a los hombres de manera que éstos no puedan desoírle o dejar de verle; cuando el hombre se halla en una situación en la cual no se entiende va a sí mismo, una situación no provocada por él y en la cual se halla ante el hecho de que vive con Dios y Dios con él porque así le ha agradado a Dios mismo. El conocimiento de Dios se realiza cuando tiene lugar la revelación divina, la iluminación del hombre por Dios, la superación del conocimiento humano y la enseñanza del hombre por medio de ese incomparable maestro.

Antes partimos de que la fe cristiana es cuestión de un encuentro. La fe cristiana y el conocimiento de la misma se realizan cuando la razón divina, el Logos divino, implanta su ley en el espacio de la razón humana, y a esta ley ha de someterse la razón humana propia de la criatura. Al suceder esto, llega el hombre al conocimiento; porque en tanto Dios implanta su ley en su pensar, en su ver y oír, sucede la revelación de la verdad del mismo hombre y de su razón, se llega a la revelación del hombre, como el que no puede lograr lo que Dios por sí mismo ha logrado.

¿Puede ser conocido Dios? Sí; Dios puede ser conocido, ya que es prácticamente cierto y verdadero que El se da a conocer por sí mismo. Cuando tal sucede, el hombre es libertado, tiene el poder y es capaz (para sí mismo se es él un misterio) de conocer a Dios. El conocimiento de Dios es un conocimiento causado y determinado puramente por su objeto. Y precisamente por eso es verdadero conocimiento, pues en su significado más profundo es un conocimiento libre. Por otra parte, naturalmente, tal conocimiento sigue siendo relativo y limitado por la barrera de lo creado. Justamente, del conocimiento ha de decirse que poseemos un tesoro celestial en vasos de barro. Allí donde se realiza ese verdadero conocimiento de Dios, imperará también la claridad de que no hay motivo para ningún orgullo; pues el hombre continúa siendo incapaz y la razón humana prosigue dentro de sus límites. Pero dentro de ellos, de lo limitado, le ha placido a Dios revelarse. Y en tanto el hombre continúa siendo necio, se convertirá en sabio; en tanto es pequeño, será grande; en tanto el hombre no basta, Dios es suficiente. "Bástate mi gracia porque mi potencia en la flaqueza se perfecciona." (2Cor. 12:9). Esto también puede aplicarse a la cuestión del conocimiento.

Bosquejo de Dogmática. Karl Barth



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